12 mayo 2016

Summerhill y la libertad de aprender

Estoy leyendo estos días un libro de la colección de Hacer Familia, "La tolerancia", de Alfonso Agulló.

Habla en el libro, como ejemplo de educación tolerante llevada al extremo, de la escuela de Summerhill. Me quedó curiosidad por saber más de ella, y he encontrado alguna información interesante.

Es un tipo de educación que no me resulta extraña, pues me recuerda a cómo pasaba yo los veranos, a la libertad y mil posibilidades que tenía en una familia de ocho hermanos, con el bosque de Guadarrama, las montañas y playas de Galicia, y con todos los libros del mundo por leer cuando se me antojase. Me resulta seductora la idea de que un niño disponga de su tiempo para sí mismo, y no tenga que seguir el ritmo de sus compañeros y maestros en todo.

A la hora de leer, no hay nada que me guste más que la libertad, de hacer y leer lo que uno quiera, con las mil posibilidades que eso implica. La lectura como placer de un "desocupado lector". Cómo me gusta esa expresión de Cervantes al principio del Quijote (al principio del prólogo).

Pero como algo me chirriaba en lo de Summerhill, he seguido leyendo. Y he encontrado cosas que no me gustan tanto. No me refiero a la polémica que casi lleva a su cierre en 1999. Me alegro de que el sentido común británico ganara y les dejaran seguir educando a su manera, libremente. Eso es auténtica defensa de la libertad de elección de la enseñanza. En la mucho más reglamentista España, les habrían cerrado la escuela, seguro.

Lo que no me gusta es lo que leo en dos sitios distintos. En uno de ellos, defensores de Summerhill, presumen de que cuando les visitó un pastor protestante, le dijo al fundador: "Qué montón de niños felices tiene usted aquí. Lástima que todos sean paganos".(*) Lo ponían como un punto de orgullo, y a mí me apena. El paganismo será para ellos un orgullo, pero es una pobreza para mí. Claro que si sus padres son paganos hacen bien en enseñarles sus creencias, pero no dejan de ser una pobreza y un error.

Peor aún me entristece más leer el testimonio de un tal Freer Spreckley en lo que se supone es un artículo en defensa de la escuela (**) . En algunos testimonios se ve que para chicos suficientemente automotivados la escuela era un paraíso donde aprender a su ritmo. Pero para otros, fue un paréntesis en el que ¡ni siquiera aprendió a leer y escribir y nadie se ocupó de ayudarle en eso! Eso es algo peor que libertad excesiva, eso es pereza y desinterés de parte de los profesores, Y en una escuela tan pequeña, de solo 70 alumnos entre 6 y 16 años, es imposible que un chico pase allí diez años sin que se den cuenta de algo así, salvo que les de todo igual. Eso demuestra poco amor y poca atención.

Yo mismo pienso que ahora mismo les dan demasiados contenidos formales a los niños (mis hijos llevan unos treinta libros cada año al colegio), lo que deja poco espacio para leer lo que te apetezca. Pero leer es una de las herramientas básicas que un niño debe tener. Pensar en un niño como ese, que dice que después por su cuenta logró aprender, una vez fuera de Summerhill, me recuerda a la gente que vivía en la aldea de Galicia a la que íbamos cada verano, con una playas inmejorables muy cerca de ellos, pero a las que no habían bajado nunca en la vida. La principal razón: que no sabían nadar. Si alguien les hubiera enseñado a nadar, podrían haber elegido ir o no ir a la playa. Algunos no habrían ido, pero otros no habrían dejado de hacerlo por miedo a morir en el agua.

La cultura escrita que tiene cualquier persona a su lado es como el mar: en libros, en internet, en periódicos... hay de todo y cada cual elegirá por dónde navegar. Pero si a un niño no le enseñas a leer le dejarás muerto de miedo al lado del mar aunque se muera de ganas por bajar a la playa.

Eso es un crimen. Summerhill me da envidia por lo que tiene de unas vacaciones permanentes. Seguro que algunos niños, los que tengan familias que les suplan las carencias de la escuela, lo disfrutarán un montón. Pero los que no tengan alguien que se preocupe de ellos, como ese niño (huérfano de madre y con el padre agobiado por la muerte de su mujer), no parece el mejor sitio para estar, dejando pasar el tiempo sin más.