18 marzo 2007

El último marciano empático

No es verdad que Tom La Farge muriera junto al embarcadero, aquella noche de septiembre del 2005. Desde luego que quedó muy malherido, y el guiñapo agonizante que recogieron Anna y el viejo La Farge tardó varios meses en recuperarse. Nunca volvió a ser el mismo Tom que antes, y menos mal. Aprendió la lección. Pero, se lo aseguro, no murió junto al embarcadero, diga lo que diga el viejo Ray. Ya saben ustedes lo que le gusta a Ray exagerar la nota dramática para enganchar al público adolescente.

Como les digo, Tom La Farge aprendió la lección. Cuando se recuperó, volvió a ser el mismo chico simpático, sensible a los deseos de su padre y su madre, siempre dispuesto a ser lo que ellos deseaban para él. Pero aprendió a limitar su círculo de amistades, a no juntarse con cualquiera y, sobre todo, a mantenerse firme en lo que sus padres habían inculcado en él. No volvió a correr detrás de unos y otros.

Cuando Anna murió, el viejo La Farge le dijo que debía buscarse una buena chica:

- Tom, a mí ya no me queda mucho para seguir a Anna. Siento que me está esperando en Green Lawn Park, que mi sitio está allí, junto a los dos.

- Tonterías, papá. Aún me tienes a mí y yo a ti.

- Oye, Tom, ¿por qué no invitas a la hija de Butterfield a ir contigo a la feria? Es una buena chica.

Tom invitó a Susan a ir a la feria. Tal y como le dijo su padre, estuvo encantador con ella. Para Susan fue el más guapo, el más divertido, el más atractivo, el más emprendedor, su príncipe azul, aquel con quien siempre había soñado.

Se casaron y él fue el novio más romántico y el camarada más agradable. Tuvieron hijos y él fue el padre más cariñoso y el marido más entregado, sin dejar por eso de labrarse una espectacular carrera como psicólogo laboral, especializado en el mentoring de directivos. Un hombre brillante, tal y como Susan siempre deseó.

Pero aquella tarde Susan había tenido un mal día. Ya se sabe que a veces en las discusiones uno se deja llevar por ideas poco razonadas:

- ¡Estoy harta de ti! ¡No eres más que un fracasado! ¡Y no me toques, sapo babeante!

Susan nunca entendió como había llegado allí aquel sapo aplastado por las ruedas de un camión, a la puerta de su casa. Ni tampoco logró entender por qué Tom la dejó de una manera tan fulminante, aquella noche, para no volver más.

Y es que hay gente que se lo toma todo al pie de la letra.