Reseña de la mesa redonda en el Instituto Cervantes, 23 de febrero, con Elia Barceló, Luis Alberto de Cuenca y José María Merino
¡Qué bien me lo he pasado hoy! Como no he ido nunca, no sé si en las Hispacones, Semanas Negras y Tertulias varias se suele reunir gente que de tanto juego como los tres de la mesa redonda que ha habido esta tarde en el Instituto Cervantes.
Empezó hablando Elia Barceló. Que no sólo habló: se la veía que estaba disfrutando tanto de la conversación que no podía reprimir gestos (y exclamaciones) de asentimiento o de horror, según los demás hablaban de cosas que le gustan (las citas del moderador de Blade Runner o de Bradbury. Casi aplaude cuando leyó una cita de “La mano izquierda de la oscuridad”) o que no le gustan (C.S.Lewis, que citó Luis Alberto de Cuenca). Me encantó lo que decía y cómo lo decía, y resulta que coincido con sus autores favoritos: Bradbury, Dick, según qué cosas de Ursula K. Le Guin (no lo de fantasía) y Connie Willis. Después de oirla hablar, decidí unirme inmediatamente a su club de fans. Ah, ahora que lo pienso: ya estoy en él (literalmente, en Facebook)
Luis Alberto de Cuenca resultó ser un conversador y moderador fascinante. Empezó dejando claro que para los que somos frikis no nos basta con la ciencia ficción: nos gusta el pack completo de cinco géneros, el que lleva CF+aventura+fantasy+literatura fantástica+terror. ¿No coincide eso con la definición de es.rec.ficcion.misc? Por literatura fantástica entendí que se refiere a Borges, Cortazar, supongo que también a los románticos como Bécquer, pues situó su origen en la Revolución Industrial, el siglo XVIII. Citó a Julián Díez profusamente, sobre todo por el libro de 100 novelas de ciencia ficción del siglo XX, y también se preocupó de hacer un repaso a un buen puñado de escritores españoles actuales, Vaquerizo, Mallorquí, León Arsenal, Juanma Santiago…
Cuando sea mayor quiero ser como José María Merino: qué fuerza y qué claridad al hablar. Acuñó sobre la marcha una nueva definición (otra más) para la ciencia ficción: poesía no metafísica, sino materialista. Explicó cómo la ciencia ficción en realidad, para él, era una cosa muerta, hasta hace pocos años. Muerta, del pasado, porque los grandes escritores de la edad de oro ya están casi todos muertos. Pero que “como un meteorito radioactivo” parece que está haciendo sentir su efecto actualmente, donde siente que la CF vuelve a resurgir. Comentó el título de un ruso [¿alguno lo pilló?, no lo conocía] escrito recientemente que le había gustado mucho. Por lo visto, reencontró la CF gracias a que le incluyeron en aquel libro de 100 novelas, por una novela que escribió en los 70, en la que un hombre escribía una novela de ciencia ficción. Dice que le sorprendió que alguien la considerara novela de género, pues siempre la había considerado un juego metaliterario. Pero que se sintió muy agradecido de ese enfoque [Aquí es donde comentaron que por qué Julián Díez no subía a la mesa, cuando todos hablaban de él ].
Como estaban todos tan de acuerdo en todo (Luis Alberto citó muy finamente a que era hora de abandonar la actitud autocomplaciente tan censurada por uno de los personajes de Pulp Fiction), empezaron a abrir el abanico de temas .Que por qué no incluir a Edgar Rice Burroughs, el de La princesa de Marte, o a C.S. Lewis, en el canon de 100 libros. Que cada uno dijera sus tres autores favoritos: Merino dijo que Asimov, Fredric Brown y Bradbury; Luis Alberto, Bradbury, algunas cosas de Le Guin y Cordwainer Smith [este último me lo he apuntado para leerlo alguna vez]
El moderador, había elegido unas cuantas citas fantásticas: hizo una de Brian Aldiss, sobre “por qué amo la ciencia ficción” que me pareció preciosa. Dejó fluir la conversación, que en muchos momentos empujó Luis Alberto (qué bueno cuando se hizo regalar un libro por el moderador). Merino comentó como vías de la CF actual el steam-punk, que le parece muy divertido. Dijo que está peleando para que “distopía” entre en el diccionario, aunque Francisco Adrados se oponga por motivos filológicos que, en realidad, están más justificados con “utopía”, que ya está de hecho desde hace años en el diccionario. Se esforzó todo el rato por hablar de “ficción científica”, por ser una traducción más correcta de science (adjetivo) fiction (sustantivo), aunque reconoció con mucha gracia que en realidad es una batalla perdida, y siempre se atascaba y le salía decir ciencia ficción (qué risa cuando dice “es que me tropiezo en todas, no fallo una”)
Muy interesante también el comentario de Luis Alberto sobre lo importante que es, para ganar lectores, lo que se haga entre los 13 y los 16 años, un tiempo en que uno tiene fuerzas para ser un lector voraz: si a esa edad obligas a leer a disgusto, habrás amargado a un lector de por vida. ¡Que los profesores les den a leer cosas que les apasionen! CF, y no “todos los años Marianela”, como dijo Elia. “¡Pues a mí me encanta Marianela!”, salta Merino. “Si es CF, todo eso de que recupere la vista” .Qué risas.
En las preguntas, lástima que no entraran más en la que hizo una chica, sobre el ciber-punk (¿Neal Stephenson es ciber-punk?), la ciencia ficción sobre lo relacionado con la informática. Estoy deseando, por mi parte, que haya muchos más como Neal Stephenson, pues si trabajamos, y pasamos nuestro ocio aquí, ojalá que muchos más lo lleven a buenas novelas.
Un tal shingouz hizo la última pregunta desde el público: que si habían leído “La carretera”. Sólo la conocía Elia, que dijo que lo disfrutó muchísimo (bueno, sufrir, más que disfrutar), menos el final, americano y cobarde. Otro tema que daría para otra mesa redonda: “La carretera”, las distopías, y cómo deberían terminar (a mí tampoco me gusta el final, pero creo que también hubiera sido un error el final obvio y esperable “todos mueren”. Me da que es un gran libro, en el borde justo de la obra maestra, en el que alguien debería reescribir el final, pero no sé exactamente cómo).
Me quedé luego pensando en algo que Merino dijo, repitiendo una frase de su discurso de entrada en la RAE: que la tradicional aversión española de la literatura “oficial” por lo fantástico, considerado bastardo frente a la literatura realista, tiene su procedencia en la inquisición y la censura eclesiástica, que lo vería como competencia de la religión católica. No lo podría asegurar, pero me da que esa idea viene de un prejuicio anticlerical de Merino: en el catolicismo que conozco (el del siglo XX y de tradición jesuítica) más bien se siente simpatía, como un sano divertimento, como un medio de acercarse a las clases populares (para evangelizarlas a la vez, supongo, para instruir a la vez que entretener) todo lo relacionado con los cuentos populares, con la mitología clásica, con los cuentos de Bécquer, con las leyendas del mundo.... Más recientemente, Tolkien es literalmente reverenciado entre los lectores católicos de todos el mundo (y no por ser católico, sino por sintonía casi inmediata): en mis tiempos mozos, cuando me relacionaba con ellos, la Sociedad Tolkien Argentina estaba llena de curas. Luis Alberto comentó, creo que con razón, que ese desprecio por lo fantástico y veneración de lo realista, en realidad tendría un origen bastante reciente, en el siglo XIX. No sé, quizá Merino lo haya estudiado y tenga datos históricos que me faltan, pero creo que los censores eclesiásticos le tendrían la misma tirria a lo fantástico y a lo realista, no creo que hicieran distingos entre géneros.
Me he apuntado para leer: Mercaderes del espacio, Cordwainer Smith, James Tiptree Jr, Christopher Priest (creo que lo alabó tanto Merino como Elia). También he apuntado Ciudad, de Clifford Simak (aunque aquí Elia puso mala cara).
Si no me equivoco, les faltó hablar de Lem, pero es que no daba tiempo para más: una mesa para volverla a repetir. Si alguno organizáis algún sarao de estos, juntadlos otra vez a los tres, hacía tiempo que no veía un debate tan bien llevado y dando tanto juegos unos a otros. Lo dijo Luis Alberto: últimamente las mesas redondas se han convertido en tres conferencias de 25 minutos, consecutivas y que duran hasta que el público empieza a mirar los relojes. Todo lo contrario que hoy, nos dejaron con ganas de más: si hubiera sido un concierto, el aplauso (que fue muy caluroso) hubiera seguido hasta que hicieran bises.