El último marciano empático
Como les digo, Tom La Farge aprendió la lección. Cuando se recuperó, volvió a ser el mismo chico simpático, sensible a los deseos de su padre y su madre, siempre dispuesto a ser lo que ellos deseaban para él. Pero aprendió a limitar su círculo de amistades, a no juntarse con cualquiera y, sobre todo, a mantenerse firme en lo que sus padres habían inculcado en él. No volvió a correr detrás de unos y otros.
Cuando Anna murió, el viejo La Farge le dijo que debía buscarse una buena chica:
- Tom, a mí ya no me queda mucho para seguir a Anna. Siento que me está esperando en Green Lawn Park, que mi sitio está allí, junto a los dos.
- Tonterías, papá. Aún me tienes a mí y yo a ti.
- Oye, Tom, ¿por qué no invitas a la hija de Butterfield a ir contigo a la feria? Es una buena chica.
Se casaron y él fue el novio más romántico y el camarada más agradable. Tuvieron hijos y él fue el padre más cariñoso y el marido más entregado, sin dejar por eso de labrarse una espectacular carrera como psicólogo laboral, especializado en el mentoring de directivos. Un hombre brillante, tal y como Susan siempre deseó.
- ¡Estoy harta de ti! ¡No eres más que un fracasado! ¡Y no me toques, sapo babeante!
Y es que hay gente que se lo toma todo al pie de la letra.